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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Tarda la tarde

La chica apretó la oscura gabardina contra su pecho. Un vano intento de hacer desaparecer los huecos por los que el frío y la humedad se colaban. Un abrazo a su propio cuerpo, delgado y entumecido.

El blanco vaho traspasaba la bufanda con la que se cubría la nariz y la boca. Menos mal que se llevó aquella gruesa prenda de lana que daba cuatro vueltas a su fino cuello.

La chica se frotó los brazos, sin dejar de abrazarse, y movió las piernas. Levantó un pie, luego el otro. Simuló dar pequeños saltitos sobre ellos. Apenas sentía sus piernas desnudas bajo aquella doble piel transparente de licra y seda.

La chica miró su reloj. La luz amarillenta de la farola le permitió advertir el brillo de las doradas manecillas sobre la negra esfera. Frunció el ceño.

Siempre tenía que esperarle.

Aguantar el lento y melancólico transcurrir del tiempo hacia el momento que tiene que llegar pero no llega. Y el desesperante sarcasmo de aquella esfera sonriendo cada vez que asomaba su mirada sobre ella.

No. apenas se habían movido. Apenas habían avanzado aquellas agujas que como lanzas blandían su amenaza de quietud e inmovilismo.

¿Otra vez? Parecía preguntarle aquel tic tac persistente al advertir sus ojos de nuevo sobre el reloj.

La chica se preguntó cómo sería vivir en un espacio sin tiempo. ¿Haría frío? ¿Tanto frío?Frotó sus manos enguantadas en una fina y elegante piel de cabritillo teñida de rojo.

La chica levantó de nuevo sus pies. Primero uno, luego otro.

Nadie pasaba por aquella calle. nada había allí. Sin embargo, aquel lugar era el punto de encuentro. Los ecos lejanos de los coches al circular por la cercana avenida acompañaban su espera. Pero aquello no la distrajo. La chica no dejaba de oír el incesante tic tac de su muñeca, que hacía más larga su espera.

La chica comenzó a dar vueltas lentamente alrededor de la farola. Otro vano intento de calentar sus pies insensibles subidos a aquellos zapatos de fino ante carmesí. Se paró. Miró al suelo. la chica evitó un pequeño charco en su circular paseo y pensó que podía ser peor. La lluvia de la tarde podría volver y ella tendría que irse.

Al fin y al cabo, aquello no era tan malo. Aquel movimiento parecía traer a su cuerpo algo de calor.

La chica se preguntó cuánto más tendría que esperar. El nunca se retrasaba. Nunca hasta ahora había llegado tarde. Ni una sola vez. Sin embargo en cada ocasión ella le había esperado durante horas. Nunca se sabía. Era mejor adelantarse. Pero el tiempo pasaba tan lento...


20150919 Afternoon pages

La carpa dorada

Hay una chica joven,
con el pelo largo.
Muy largo.
Dos veces su altura.
Suave y negro.
Fino.
Muy fino.
Muy muy fino.

Viste una túnica azul
con dibujos de luna
y de alba.
Blancos.

Peina con mimo
su larga melena
con un peine de coral.

Está oscuro.
Muy oscuro.

Apenas la luz de una vela
alumbra la húmeda cueva.
Una vela de grasa
de carpa dorada.

Hay una carpa dorada.
Nada tranquilamente
en su estanque, junto
a peces rojos y blancos.

La chica imagina
la carpa dorada,
nadando en círculos,
esperando su alimento del día.

Nunca el olvido visitó aquella casa.
Nunca paseó por el bello jardín
y su estanque.

Pero un día la ausencia voló
como humo de inicienso
hasta aquella puerta
y tocó con los nudillos
de una vieja resabiada.

La niña corrió a abrir alegremente.
Su espera llegaba a su fin.

Al abrir la puerta el silencio la saludó
y se agarró a su cintura.
Una corta misiva
voló hasta sus pies.

La brisa del olvido
sacudió sus cabellos,
Los alborotó por todas las salas
de la vieja casa
hasta enredarlos en el viejo arce
del jardín asomado al estanque.

Malévolo pez dorado
que cansado de esperar
saltó hasta alcanzar
el cabello de la niña.

Engulló poco a poco su tristeza
hasta la punta del pie de su dueña.

La chica peina con mimo
su larga melena.

Nada precisa,
solo la luz de una vela
de grasa de carpa
dorada.

Aquella jaula de oro
en la que el olvido la encierra.

20150813 Shukkeien Hiroshima. Japon.