Cuando no hay espacio
para la tristeza,
cuando no encuentras
ni miedo, ni pena.
Cuando la sonrisa
al dolor aleja,
cuando la esperanza
cubre todo y reina.
Cuando la balanza
de tu lado pesa,
cuando las nubes
se van y despeja.
Cuando levanta
la niebla
y la lluvia cesa,
tu pie izquierdo grita
y su dedo se queja.
20151208 Morning pages
Datos personales
- Discover Penelope
- Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.
martes, 8 de diciembre de 2015
Lo eterno
Más allá de estas cuatro paredes,
más allá de cuanto ver y oír puedes,
un universo errante,
un todo flotante,
sin tiempo ni espacio
la nada contiene.
Más allá del cielo y el suelo,
tan solo por la ingravidez sujetos,
tus dedos expertos,
mi cuerpo dispuesto,
entonan la sinfonía
de todo lo eterno.
20151208 Morning pages
más allá de cuanto ver y oír puedes,
un universo errante,
un todo flotante,
sin tiempo ni espacio
la nada contiene.
Más allá del cielo y el suelo,
tan solo por la ingravidez sujetos,
tus dedos expertos,
mi cuerpo dispuesto,
entonan la sinfonía
de todo lo eterno.
20151208 Morning pages
La Señora Blanca
Regresión
domingo, 11 de octubre de 2015
Hiedra
Ya no seré más hiedra.
No me busques
en tus huecos,
creciendo
sobre tu cuerpo
para abrazarte
y amarte.
Ya no seré más hiedra.
No treparé
por tus sueños,
ni buscaré
recovecos
para abrazarte
y amarte.
Ya no seré más hiedra.
No me enredaré
en tus dedos,
asiéndome
a tus anhelos
para abrazarte
y amarte.
Ya no seré más hiedra.
20151011 Morning pages.
No me busques
en tus huecos,
creciendo
sobre tu cuerpo
para abrazarte
y amarte.
Ya no seré más hiedra.
No treparé
por tus sueños,
ni buscaré
recovecos
para abrazarte
y amarte.
Ya no seré más hiedra.
No me enredaré
en tus dedos,
asiéndome
a tus anhelos
para abrazarte
y amarte.
Ya no seré más hiedra.
20151011 Morning pages.
Palabras enjauladas
Suelta, Suelta,
no las tragues.
No aprietes los dientes,
no las enjaules.
Déjalas volar.
No secuestres su libertad.
No dejes que enfermen.
No las enjaules.
Suelta, Suelta,
no las tragues.
Que no te envenenen.
No las enjaules.
20151011 Morning pages
no las tragues.
No aprietes los dientes,
no las enjaules.
Déjalas volar.
No secuestres su libertad.
No dejes que enfermen.
No las enjaules.
Suelta, Suelta,
no las tragues.
Que no te envenenen.
No las enjaules.
20151011 Morning pages
Fuí luz de luna
Dime quien soy,
¿Acaso fuí luz de luna
llegada de las estrellas?
¿Acaso me enamoré
y me enraicé en esta tierra?
¿Acaso no fuí mujer,
sino música
que vive en él?
Dime quien soy
dime quien fuí.
Qué más da el ayer.
20151011 Kaguya Hime
sábado, 26 de septiembre de 2015
Tarda la tarde
La chica apretó la oscura gabardina contra su pecho. Un vano intento de hacer desaparecer los huecos por los que el frío y la humedad se colaban. Un abrazo a su propio cuerpo, delgado y entumecido.
El blanco vaho traspasaba la bufanda con la que se cubría la nariz y la boca. Menos mal que se llevó aquella gruesa prenda de lana que daba cuatro vueltas a su fino cuello.
La chica se frotó los brazos, sin dejar de abrazarse, y movió las piernas. Levantó un pie, luego el otro. Simuló dar pequeños saltitos sobre ellos. Apenas sentía sus piernas desnudas bajo aquella doble piel transparente de licra y seda.
La chica miró su reloj. La luz amarillenta de la farola le permitió advertir el brillo de las doradas manecillas sobre la negra esfera. Frunció el ceño.
Siempre tenía que esperarle.
Aguantar el lento y melancólico transcurrir del tiempo hacia el momento que tiene que llegar pero no llega. Y el desesperante sarcasmo de aquella esfera sonriendo cada vez que asomaba su mirada sobre ella.
No. apenas se habían movido. Apenas habían avanzado aquellas agujas que como lanzas blandían su amenaza de quietud e inmovilismo.
¿Otra vez? Parecía preguntarle aquel tic tac persistente al advertir sus ojos de nuevo sobre el reloj.
La chica se preguntó cómo sería vivir en un espacio sin tiempo. ¿Haría frío? ¿Tanto frío?Frotó sus manos enguantadas en una fina y elegante piel de cabritillo teñida de rojo.
La chica levantó de nuevo sus pies. Primero uno, luego otro.
Nadie pasaba por aquella calle. nada había allí. Sin embargo, aquel lugar era el punto de encuentro. Los ecos lejanos de los coches al circular por la cercana avenida acompañaban su espera. Pero aquello no la distrajo. La chica no dejaba de oír el incesante tic tac de su muñeca, que hacía más larga su espera.
La chica comenzó a dar vueltas lentamente alrededor de la farola. Otro vano intento de calentar sus pies insensibles subidos a aquellos zapatos de fino ante carmesí. Se paró. Miró al suelo. la chica evitó un pequeño charco en su circular paseo y pensó que podía ser peor. La lluvia de la tarde podría volver y ella tendría que irse.
Al fin y al cabo, aquello no era tan malo. Aquel movimiento parecía traer a su cuerpo algo de calor.
La chica se preguntó cuánto más tendría que esperar. El nunca se retrasaba. Nunca hasta ahora había llegado tarde. Ni una sola vez. Sin embargo en cada ocasión ella le había esperado durante horas. Nunca se sabía. Era mejor adelantarse. Pero el tiempo pasaba tan lento...
20150919 Afternoon pages
El blanco vaho traspasaba la bufanda con la que se cubría la nariz y la boca. Menos mal que se llevó aquella gruesa prenda de lana que daba cuatro vueltas a su fino cuello.
La chica se frotó los brazos, sin dejar de abrazarse, y movió las piernas. Levantó un pie, luego el otro. Simuló dar pequeños saltitos sobre ellos. Apenas sentía sus piernas desnudas bajo aquella doble piel transparente de licra y seda.
La chica miró su reloj. La luz amarillenta de la farola le permitió advertir el brillo de las doradas manecillas sobre la negra esfera. Frunció el ceño.
Siempre tenía que esperarle.
Aguantar el lento y melancólico transcurrir del tiempo hacia el momento que tiene que llegar pero no llega. Y el desesperante sarcasmo de aquella esfera sonriendo cada vez que asomaba su mirada sobre ella.
No. apenas se habían movido. Apenas habían avanzado aquellas agujas que como lanzas blandían su amenaza de quietud e inmovilismo.
¿Otra vez? Parecía preguntarle aquel tic tac persistente al advertir sus ojos de nuevo sobre el reloj.
La chica se preguntó cómo sería vivir en un espacio sin tiempo. ¿Haría frío? ¿Tanto frío?Frotó sus manos enguantadas en una fina y elegante piel de cabritillo teñida de rojo.
La chica levantó de nuevo sus pies. Primero uno, luego otro.
Nadie pasaba por aquella calle. nada había allí. Sin embargo, aquel lugar era el punto de encuentro. Los ecos lejanos de los coches al circular por la cercana avenida acompañaban su espera. Pero aquello no la distrajo. La chica no dejaba de oír el incesante tic tac de su muñeca, que hacía más larga su espera.
La chica comenzó a dar vueltas lentamente alrededor de la farola. Otro vano intento de calentar sus pies insensibles subidos a aquellos zapatos de fino ante carmesí. Se paró. Miró al suelo. la chica evitó un pequeño charco en su circular paseo y pensó que podía ser peor. La lluvia de la tarde podría volver y ella tendría que irse.
Al fin y al cabo, aquello no era tan malo. Aquel movimiento parecía traer a su cuerpo algo de calor.
La chica se preguntó cuánto más tendría que esperar. El nunca se retrasaba. Nunca hasta ahora había llegado tarde. Ni una sola vez. Sin embargo en cada ocasión ella le había esperado durante horas. Nunca se sabía. Era mejor adelantarse. Pero el tiempo pasaba tan lento...
20150919 Afternoon pages
La carpa dorada
Hay una chica joven,
con el pelo largo.
Muy largo.
Dos veces su altura.
Suave y negro.
Fino.
Muy fino.
Muy muy fino.
Viste una túnica azul
con dibujos de luna
y de alba.
Blancos.
Peina con mimo
su larga melena
con un peine de coral.
Está oscuro.
Muy oscuro.
Apenas la luz de una vela
alumbra la húmeda cueva.
Una vela de grasa
de carpa dorada.
Hay una carpa dorada.
Nada tranquilamente
en su estanque, junto
a peces rojos y blancos.
La chica imagina
la carpa dorada,
nadando en círculos,
esperando su alimento del día.
Nunca el olvido visitó aquella casa.
Nunca paseó por el bello jardín
y su estanque.
Pero un día la ausencia voló
como humo de inicienso
hasta aquella puerta
y tocó con los nudillos
de una vieja resabiada.
La niña corrió a abrir alegremente.
Su espera llegaba a su fin.
Al abrir la puerta el silencio la saludó
y se agarró a su cintura.
Una corta misiva
voló hasta sus pies.
La brisa del olvido
sacudió sus cabellos,
Los alborotó por todas las salas
de la vieja casa
hasta enredarlos en el viejo arce
del jardín asomado al estanque.
Malévolo pez dorado
que cansado de esperar
saltó hasta alcanzar
el cabello de la niña.
Engulló poco a poco su tristeza
hasta la punta del pie de su dueña.
La chica peina con mimo
su larga melena.
Nada precisa,
solo la luz de una vela
de grasa de carpa
dorada.
Aquella jaula de oro
en la que el olvido la encierra.
20150813 Shukkeien Hiroshima. Japon.
con el pelo largo.
Muy largo.
Dos veces su altura.
Suave y negro.
Fino.
Muy fino.
Muy muy fino.
Viste una túnica azul
con dibujos de luna
y de alba.
Blancos.
Peina con mimo
su larga melena
con un peine de coral.
Está oscuro.
Muy oscuro.
Apenas la luz de una vela
alumbra la húmeda cueva.
Una vela de grasa
de carpa dorada.
Hay una carpa dorada.
Nada tranquilamente
en su estanque, junto
a peces rojos y blancos.
La chica imagina
la carpa dorada,
nadando en círculos,
esperando su alimento del día.
Nunca el olvido visitó aquella casa.
Nunca paseó por el bello jardín
y su estanque.
Pero un día la ausencia voló
como humo de inicienso
hasta aquella puerta
y tocó con los nudillos
de una vieja resabiada.
La niña corrió a abrir alegremente.
Su espera llegaba a su fin.
Al abrir la puerta el silencio la saludó
y se agarró a su cintura.
Una corta misiva
voló hasta sus pies.
La brisa del olvido
sacudió sus cabellos,
Los alborotó por todas las salas
de la vieja casa
hasta enredarlos en el viejo arce
del jardín asomado al estanque.
Malévolo pez dorado
que cansado de esperar
saltó hasta alcanzar
el cabello de la niña.
Engulló poco a poco su tristeza
hasta la punta del pie de su dueña.
La chica peina con mimo
su larga melena.
Nada precisa,
solo la luz de una vela
de grasa de carpa
dorada.
Aquella jaula de oro
en la que el olvido la encierra.
20150813 Shukkeien Hiroshima. Japon.
lunes, 17 de agosto de 2015
Ancianitud
Eastern Wisdom
El aguila blandió su espada ante mí, en un gesto guerrero de saludo y protección. Sequé el sudor de mi frente y la sed acumulada en mis labios.
Alcé la vista, admirando la colina custodiada por decenas de soldados alados de miradas rapaces.
Los kilómetros dolían en mi espalda y en mis piernas. Todo mi ser entendió que algo había conducido mis pasos irremediablemente hacia allí.
Una gota en mis párpados me advirtió del inminente llanto de la negra nube que me acompañaba. La rasgaban los gritos de los espíritus alados que la cruzaban.
Aquella gota fué seguida de otra, y de otra, y cientos de hermanas empaparon mi rostro anhelante, ante la presencia de aquel ejército, que precedía la ascensión hacia un lugar en el mapa trazado por mi destino.
Mis ropas se tornaron pesadas, y cargué con su peso y mi incertidumbre escalón tras escalón. Roca tras roca. Dejando atrás las figuras de los alados combatientes que mantenían su mirada impertérrita, permitiendo mi avance.
Cada paso me acercaba a aquella cumbre escondida, e incrementaba la fuerza de la tempestad que jugaba a abatirme, golpeando con afiladas agujas mi rostro y mis brazos desnudos.
El mareo cayó como una losa sobre mis hombros y entonces, me abrazó el desmayo.
Transportada en los fuertes brazos del dragón de hierro, reposé en lo alto de la montaña, escuchando entre silbidos, el adiós de la lluvia.
El despertar me lo trajo. La mirada escondida tras unos negros ojos en un rostro ora cobrizo, ora blanco.
Y ahora dime... ¿qué es lo que debo saber?
20150817 Kamakura-
Alcé la vista, admirando la colina custodiada por decenas de soldados alados de miradas rapaces.
Los kilómetros dolían en mi espalda y en mis piernas. Todo mi ser entendió que algo había conducido mis pasos irremediablemente hacia allí.
Una gota en mis párpados me advirtió del inminente llanto de la negra nube que me acompañaba. La rasgaban los gritos de los espíritus alados que la cruzaban.
Aquella gota fué seguida de otra, y de otra, y cientos de hermanas empaparon mi rostro anhelante, ante la presencia de aquel ejército, que precedía la ascensión hacia un lugar en el mapa trazado por mi destino.
Mis ropas se tornaron pesadas, y cargué con su peso y mi incertidumbre escalón tras escalón. Roca tras roca. Dejando atrás las figuras de los alados combatientes que mantenían su mirada impertérrita, permitiendo mi avance.
Cada paso me acercaba a aquella cumbre escondida, e incrementaba la fuerza de la tempestad que jugaba a abatirme, golpeando con afiladas agujas mi rostro y mis brazos desnudos.
El mareo cayó como una losa sobre mis hombros y entonces, me abrazó el desmayo.
Transportada en los fuertes brazos del dragón de hierro, reposé en lo alto de la montaña, escuchando entre silbidos, el adiós de la lluvia.
El despertar me lo trajo. La mirada escondida tras unos negros ojos en un rostro ora cobrizo, ora blanco.
Y ahora dime... ¿qué es lo que debo saber?
20150817 Kamakura-
Erupción
Gravedad congelada
Silencio
Retorno
Alas de Angel
La oscura pupila
me devuelve
tu cristalina mirada,
blandiendo la eterna pregunta
que se eleva tras el toque
delicado de tus alas de angel.
20150817 Morning pages.
Sutileza
Chicharra
Resuena el abdomen
timbrando el aire caliente y pesado.
Abraza el hilo quejumbroso,
ermitaño,
agudo y prolongado.
Ama su espíritu,
baila en su dolor.
Eleva la épica sinfonía
del grito callado
que suplica por su existencia.
Y lloran.
Obertura musical desafinada
de manos de una orquesta secuestrada al silencio.
20150817 Morning pages
timbrando el aire caliente y pesado.
Abraza el hilo quejumbroso,
ermitaño,
agudo y prolongado.
Ama su espíritu,
baila en su dolor.
Eleva la épica sinfonía
del grito callado
que suplica por su existencia.
Y lloran.
Obertura musical desafinada
de manos de una orquesta secuestrada al silencio.
20150817 Morning pages
Intermedio
El tacto suave de los objetos olvidados
devuelve mi mirada a la vacía maleta.
¿Voy o vengo en este viaje?
¿Es el origen o el destino?
Añoro los pedazos ignorados de existencia,
reparar en la esencia concreta.
Acepto que este es mi escueto equipaje.
Y entonces lo sé.
Vengo. Y aún así, voy.
Este es mi destino. Este es mi origen.
Una parada intermedia en mi incierto viaje.
20150817 Morning pages
devuelve mi mirada a la vacía maleta.
¿Voy o vengo en este viaje?
¿Es el origen o el destino?
Añoro los pedazos ignorados de existencia,
reparar en la esencia concreta.
Acepto que este es mi escueto equipaje.
Y entonces lo sé.
Vengo. Y aún así, voy.
Este es mi destino. Este es mi origen.
Una parada intermedia en mi incierto viaje.
20150817 Morning pages
Olvido
Hace tiempo que dejé de percibirte como un todo.
No hay presencia.
Solo ausencia.
Quise saber dónde marchó la melodía
que dejó un vacío carente de magia.
Me invade el silencio.
Notas sueltas aparecen en mis sueños.
Vuelan.
Se posan en mi nariz y toman impulso
para arrancar un acorde a la melancolía.
Y entonces el eco de la nostalgia se pierde en la bruma del tiempo.
20150817 Morning Pages
No hay presencia.
Solo ausencia.
Quise saber dónde marchó la melodía
que dejó un vacío carente de magia.
Me invade el silencio.
Notas sueltas aparecen en mis sueños.
Vuelan.
Se posan en mi nariz y toman impulso
para arrancar un acorde a la melancolía.
Y entonces el eco de la nostalgia se pierde en la bruma del tiempo.
20150817 Morning Pages
domingo, 31 de mayo de 2015
Proceso Vital de los Indifercios
Como musgo transparente, aparecen un día, y se expanden sin
cesar por la fisura creada de manera repentina, cubriendo sus paredes putrefactas por acción del abandono.
Es la indiferencia la que da origen a su nombre. Como hongos microscópicos se reproducen alimentados por el
desamor, hasta que la grieta se hace más profunda. Y entonces, salen de sus
escondrijos.
Un día Clara se preguntó por qué lucía distinta. Por qué oscuras
cuencas se habían instalado bajo sus ojos. Tal vez se sorprendió de dejar de
oír su risa cantarina. Tal vez sospechó que de verdad algo le pasaba. O tal vez solamente pensó que tenía un mal día.
Los indifercios no son perceptibles al ojo humano. O, al
menos, no a la vista de un ojo inexperto. Como parásitos que son, escapan de
las grietas en las que viven y vuelan por el aire en busca de su huésped.
Aquella persona olvidada sobre la que puedan posarse y crecer gracias a su
confusión y su dolor.
Si pudiésemos verlos, nos parecerían semillas de la flor de un
diente de león, volando en equipo desde su cuna rasgada.
Con la seguridad de conocer su destino, emprenden un día el
vuelo como las aves migratorias hacia destinos nunca visitados. Como las
tortugas vuelven al cabo de los años a desovar en la playa que las vio nacer.
Si. Los indifercios llevan grabado en su ADN el lugar al que
deben dirigirse. Sin el mínimo margen de error. Pues solamente esa persona
abandonada fue la causa de su nacimiento.
Así que, el día en que, como un pequeño enjambre invisible, los indifercios rodearon a Clara, ella ni siquiera imaginaba que Germán había decidido desaparecer de su vida.
No le fue posible oír el crujir que dio origen a la grieta. Nunca
sospechó que él decidera acabar con la relación que le unía, cada vez más, a
aquella mujer hermosa, alegre, que amenazaba con instalarse en su corazón.
No. Clara no contaba con aquello. Y fue así, de repente.
Germán dejó de contestar a los mensajes, y a las llamadas.
“Estará ocupado” decía ella, al principio.
Pero los indifercios llegaron volando hasta Clara. Se
agruparon junto a sus sienes, sobre su pecho, en la boca de su estómago. Como
una mala plaga, poco a poco, se extendieron por toda su piel.
Clara ganó en palidez a medida que cientos de pequeños indifercios
se iban apoderando de su cuerpo. Apenas medían unos milímetros. Pero cientos de
milímetros transparentes como medusas cubrieron a la bella Clara, sin se diera
cuenta.
Como puntillas punzantes bailando, alrededor de sus cuerpos
gelatinosos, los indifercios hundieron sus miles de patas sobre la delicada
piel de su huésped, adhiriéndose a ella sin posibilidad de separación, para
formar parte indisoluble de su ser.
Clara nunca confesó que había empezado a preguntarse por la
causa de su silencio. Pero al cabo de unos días, o más bien de unas noches,
comenzó a abrazarse a la almohada y a emitir profundos suspiros.
Con cada uno de ellos, los indifercios hundían aún más sus
apéndices libadores. Esos que llevaban enroscados bajo su cuerpo invisible y
despliegan una vez parasitan a su víctima. Se beben la esperanza y siembran
necesidad y nostalgia, a la vez que hacen desaparecer el rubor de las mejillas.
Clara veía aparecer en las cuencas de sus ojos, suaves
lágrimas que se derramaban sin causa aparente, y cambiaban la suave tonalidad
del bajo párpado por un tono morado intenso.
Apenas había reparado en su pérdida de peso. Los indifercios
en su estómago podían triplicar tu apetito o hacerlo desaparecer, pues no es la
comida del huésped lo que les hace vivir, sino la ansiedad instalada ahí. Justo
bajo el diafragma.
No había advertido su delgadez hasta que aquel vestido verde
le resbaló por los hombros. Clara se quedó mirando al espejo, que le devolvió
un medio cuerpo blanquecino que no reconoció como suyo. Dirigió su mirada al
suelo. Hacia aquel trapo arrugado que había sido su vestido favorito. El que
llevaba puesto el día de su primera cita con él.
-Me siento atrapado por tu belleza – dijo Germán con sus ojos
claros brillando a la luz de una pequeña vela.
Ella no le quería entonces. Aún no le amaba. Se sentía
atraída por su misterio. Pero se dejó besar.
Los suspiros y las lágrimas acudieron de nuevo ante su imagen
reflejada. Clara miró largamente al espejo. Se preguntó dónde estaba la mujer
que había acudido a aquella cena.
La mujer alegre, exuberante. La mujer decidida y hermosa que
solía comerse el mundo.
Diño una patada al vestido, que se deslizó por el suelo hacia
un rincón. Clara respiró de manera profunda. Como si con aquella patada pudiera
alejar también su recuerdo.
Cientos de indifercios se retorcieron con aquel gesto,
desclavando sus agujas de la suave piel de la muchacha.
Miró de nuevo la superficie pulida que le devolvió su imagen,
palpando su rostro, reparando por primera vez en sus cuencas oscuras, en sus
pómulos prominentes, en su sonrisa perdida.
Buscó en el fondo de sus ojos su orgullo perdido. Y allí lo
encontró. Ultrajado. Abandonado. Encogido.
-Ya basta- se dijo. Y tan solo con esas palabras, la voluntad
se instaló en su mente y el color en su piel.
Se enfundó un ceñido vaquero y una cómoda camiseta,
pellizcando sus mejillas y colocando coqueta sus cabellos sobre su rostro y sus
hombros. Subiéndose a sus tacones, empolvó su rostro y coloreó sus labios. Una Clara
renovada asintió aprobadora desde el otro lado del espejo. Aquellos pequeños
seres continuaban retorciéndose sobre sus cuerpos gelatinosos.
Nunca se preguntó de dónde salió aquel brillo repentino de
“setevespléndida” que lucen aquellas personas a las que les van bien las cosas.
No. Eso no era importante.
Desprendimientos
Hace frío aquí. A pesar del sol
radiante de este otoñal mes de mayo. A pesar de tu grueso anorak de plumas. Ya
lo imaginabas. Los seis grados que marcaba esta mañana el termómetro en el
moderno hotel de El Calafate te hicieron adivinarlo. A ochenta kilómetros
tendrías varios bajo cero.
Hacía años que querías venir. Eso
le dijiste a aquella preciosa muchacha rubia que conociste en Rosario. Ella se
enamoró de tu tristeza, y tú de su clara mirada. Te prendaste de su ilusión, de
su juventud y de su alegría. Tres cosas que habías olvidado.
Pensaste que aquello duraría lo
que el bourbon del fin de semana. Pero ella te buscó en Buenos Aires. Te ayudó
con los permisos de trabajo y con los viajes fotográficos. Se instaló en tu
casa y en tu cama. Llenó tu vida de música y sonrisas. Angélica se coló en tus
planes y organizó la expedición a Patagonia. Hacía años que querías venir. Y
por fin había llegado el día.
Ajustas el objetivo de tu cámara
acercándola a tu mejilla. Disfrutas de los reflejos azules y verdes de la luz
sobre el hielo. Disparas unas cuantas veces, sabiendo que el papel restará
belleza al original. Separas la cámara de ti, y respiras profundamente.
Crees oír un crujido. Las voces
de los turistas en el barco, levantando sus dedos y su emoción, te ponen sobre
la pista de la gran grieta. Y así, ante tus ojos, el enorme glaciar comienza a
desprenderse de una parte de sí mismo.
Se abre. Se rompe. Se deja
acariciar por el sol para ser herido. Para deshacerse y ser engullido por el mar.
Reconoces ese dolor. Escondido
tras tu cámara, la humedad escapa de tus ojos. Temes que tus lágrimas se
conviertan en hielo. Como tu corazón.
Recuerdas aquel día en el pequeño
Café Murillo, en Madrid. Jugabas con un pequeño terrón de azúcar. Raspabas con
tus uñas su superficie compacta, deshaciéndolo entre tus dedos. Roto de dolor.
Llevado por los nervios. Sin poder evitar que aquellos granos dulces y blancos
se precipitaran hasta el suelo. Como las esquirlas de un glaciar blanco
deshaciéndose con cada palabra que salía de aquella boca amada.
-Ya no te quiero, Alex.- Marina
hablaba con la frialdad de una mañana cualquiera en Calafate.
-Tonterías. Estás cansada-
Contestaste. Le hablaste como de costumbre. Con la seguridad que siempre has
tenido de que nada puede salirte mal. Levantaste la mano para avisar al
camarero mientras decías - ¿Quieres otro café?
-Alex, estoy con otro.
Las palabras te atravesaron como
puñales. Deshaciéndote. Rompiéndote. Como aquel terrón. Como el gran glaciar,
resquebrajándose para hundirse en el océano.
Quieres recordar su mirada en
aquel momento, pero no puedes. Una única imagen te queda de ella. Esa que ahora
se interpone como un mal sueño entre el Perito Moreno y tú.
Las olas provocadas por el
hundimiento del hielo balancean el barco. Tu estómago se revuelve y recuerdas
la nausea en el pequeño café Murillo. El hielo de su voz atravesándote el alma.
Los años y sueños compartidos desde la universidad hundiéndose en la negrura de
la nada.
Y no. No recuerdas su mirada. Te
sujetas firmemente a la barandilla del barco. Le miras. Al gran bloque azul. O
verde. Y entonces la ves.
Marina.
Su boca torcida. Sus ojos
volteados. Su frágil cuello roto entre tus manos. Su voz quebrada exhalando un
último aliento que no llegó a convertirse en palabras.
-Fernando, ¿Disfrutás?
A tu espalda la clara voz de
Angélica aparta la niebla de tus tristes pensamientos. Te giras, ofreciéndole
una débil sonrisa. Te sorprende la facilidad con la que te has acostumbrado a
tu nueva identidad.
-Hola preciosa – contestas,
tomándola por la cintura. Angélica rodea tu cuello con sus manos y roza
suavemente tus labios. El contacto de su fría nariz con tu nariz te devuelve a
la realidad de un amor on the rocks.
-¿No pensás que es grandioso? –
la chica pregunta con orgullo dirigiendo su mirada al Gran Perito.
La miras, queriendo adivinar sus
sentimientos. Preguntándote si será capaz de colgarse del cuello de otro. El
sol se cuela entre sus pestañas devolviendo tu propio reflejo en sus ojos. Te
mira. Sonríe. Se vuelve a acercar y la besas como si llevaras meses en el
desierto y bebieras de un fresco manantial. Decides que no. Que Angélica es tan
de verdad que nunca te haría eso.
La separas y te devuelve una
sonrisa enamorada.
-¿Tenés suficientes fotos? – la
joven desliza sus dedos por la cinta de tu canon, paseando sus yemas sobre las
letras del logo de la National Geographic.
-Ven- Le dices, colocándola junto
a la barandilla del barco, haciendo una ráfaga rápida. Angélica posa coqueta y
tú ríes complacido.
El gorro azul con borla en la
punta esconde apenas sus bucles dorados y se confunde con la enorme pared a su
espalda. El barco se acerca prudentemente al gigante.
-¿Angélica? – Una voz a tu
espalda interrumpe la sesión. Te vuelves para descubrir a un joven atlético, enfundado en un grueso
anorak. Su cara está parcialmente cubierta con un gorro bastante calado y unas
enormes gafas de sol.
Angélica muda su rostro y pasa de
la sorpresa a una débil mueca de dolor. Inmediatamente recupera su fresca
sonrisa.
-¿Ernesto? – El joven se quita
las gafas y el gorro y abre los brazos, y Angélica salta a su regazo, mientras
él da vueltas haciéndola volar en el aire.
Durante unos minutos, te sientes
como un convidado de piedra, observando cómo se quitan la palabra de la boca
alternando las frases con nuevos abrazos.
-Hola. Fernando García- dices
interrumpiéndoles y tendiendo la mano al chico, que te devuelve el saludo con
un fuerte y campechano apretón.
-Disculpa Fernando – se apresura
a decir Angélica- Este es Ernesto, somos amigos desde niños. Marchó a estudiar
a los Estados Unidos y… ¿pero cuándo volviste? ¿Por qué no me llamaste?
De nuevo palabras y risas, les
llevan a sentarse. Sus manos enguantadas permanecen unidas. El hielo vuelve a
crujir.
Y entonces lo sabes.
Esquirlas blancas ruedan por la
fría superficie del glaciar, como rodaban los granos de azúcar entre tus dedos
en el lejano café Murillo. Se desprenden de aquella pared para clavarse como
fríos puñales en tu corazón enfermo.
Levantando tu mirada al Gran
Perito, te devuelve de nuevo el rostro de una Marina sin vida. Su boca torcida
y sus ojos volteados, su último aliento sin poder convertirse en palabras. Pero
ya no es Marina.
Unos bucles dorados enmarcan
aquel rostro, y piensas lo bella que estará Angélica entre tus manos. Cuando su
boca torcida quiebre su hermosa y clara sonrisa.
20140511 Segunda Persona.
Miniaturas
Una mujer sonreía mientras
arqueaba su cintura hacia atrás. La cuchara de palo, se acercaba a sus
mejillas, esgrimida certeramente por la figura femenina vestida de negro, a
pesar de la venda sobre sus ojos.
A su alrededor, hombres y mujeres
danzaban tomados de la mano, haciendo girar el corro de la gallinita ciega.
Con milimétrica precisión, el
fino pincel colocó un rubor sonrosado en los rostros de todos ellos, que
cobraron un aspecto más lozano a través del grueso cristal.
Las firmes y expertas manos
apartaron la enorme lupa. Con unas pinzas, tomaron la fina aguja, para colocar
el alfiler bajo el microscopio.
-Perfecto- dijo Mariola,
sonriendo.
La escena, aumentada, se mostraba
lo suficientemente imprecisa para imaginar que aquellos hombres y mujeres
danzaban ante ella y se reían realmente. La mujer más a la izquierda le dirigió
una mirada y le guiñó un ojo.
Casi podía oír sus voces, si no
fuera por aquel sonido que hacía unas semanas se había instalado en su cabeza.
Mariola pinchó el alfiler en un
diminuto cojín de terciopelo, y colocó sobre él una cápsula de cristal, en cuyo
extremo superior había una lupa de gran aumento. Un soporte de metacrilato,
como los que sostienen las probetas en los laboratorios, esperaba a la nueva
creación, que se unió a El Pelele, El Quitasol y las dos Majas.
El tintineo de las campanillas
sobre la puerta hizo girarse a Mariola. En la entrada de su pequeño taller,
había un hombre joven, de unos treinta y tantos años. Vestía vaqueros gastados
y una cazadora de cuero marrón. En su mano, las llaves de un bmw y una pequeña
caja de cartón.
-Buenos días- Dijo el hombre, a
la vez que daba un paso para entrar en la estancia.
La puerta, se cerró a su espalda,
y apagó el efecto contraluz, por lo que Mariola pudo ver su mirada de ojos
grises y su tez dorada.
-¿Es este el taller de Mariola
Valverde?
En un gesto instintivo, Mariola
se sacó la goma del pelo dejando que sus bucles rodaran sobre sus hombros a la
vez que se acercaba a su visitante con la mano extendida.
-En efecto- contestó, estrechando
la mano del joven.
El contacto con su piel, dura y
suave tuvo el efecto inmediato de agudizar el zumbido en su cabeza. Llevándose
la mano libre a la sien, continuó:
-Soy Mariola. Y ¿usted es…?
-Soy Juan Elegido Millán-
Contestó, mostrando una amplia sonrisa, a la vez que tiraba de su mano para
acercarse y darle dos besos.- No me esperabas, ¿verdad?
Mariola sintió una punzada de
enojo cuando notó el rubor de sus mejillas. Aquel hombre se había puesto en
contacto con ella a principio de mes, para solicitarle un trabajo y no habían
parado de chatear a diario.
-Te envié tu encargo hace una
semana.
-Lo sé.
Nunca habían hablado de un
encuentro. El chico le preguntó por la posibilidad de pintar un cuadro en la
cabeza de una cerilla. “El violinista callejero”, escribió. “Te envío la imagen
por internet”. Encontró fácil el encargo. Tenía mucho trabajo pero no le costó
hacerlo. Había enviado cientos de currículos e imágenes a esa dirección desde
la que ahora recibía mensajes. No era cuestión de tener esperando a un cliente
tan imporante.
Hizo un repaso mental de su
aspecto. Unos amplios pantalones de lino y una camiseta de rayas, alpargatas y
delantal blanco. Las manos descuidadas, gastadas por efecto de los disolventes.
La cara limpia, sin restos de maquillaje. Solo su juventud podría jugar a su
favor en este momento.
-Vaya, así que tú eres el famoso
sobrino- dijo ella, intentando reponerse- Cuánto honor. Si hubiera sabido que el
administrador del Museo del Profesor Max venía verme habría ordenado un poco
esto…
Juan Elegido Millán, el
verdadero, fue un médico y periodista que alcanzó la fama en los años sesenta y
setenta por dedicarse al mentalismo y a la hipnosis, bajo el nombre de El
Profesor Max. Durante sus viajes por el mundo reunió una interesante colección
de objetos diminutos, que hoy se exponían en las casas museos que sus
familiares habían abierto en Mijas, Alicante y Guadalajara.
Su sobrino y tocayo Juan Elegido,
regentaba la Casa Museo de Brihuega. Para una miniaturista de profesión, era un
honor el interés que había mostrado el chico. Su voz entusiasta la sacó del
ensimismamiento.
-¿Bromeas? Es auténtico. Un
verdadero privilegio ver el lugar donde trabajas- El joven se paseó por los
distintos mostradores de trabajo y descubrió el soporte de probetas.- ¿Es la
colección sobre Goya que estabas acabando?
-Sí- dijo Mariola acercándose a
él - Queda solamente El Columpio.
Juan se sentó en el taburete de
trabajo y dedicó unos instantes en completo silencio a observar las pequeñas
cápsulas.
-Son magníficos. ¿Son para un
particular?
-Sí- Es una pena. No los volveré
a ver.
-¿Te gustaría hacer una
exposición temporal en el Museo? Podríamos documentarla y tendrías ese
recuerdo. ¿Tienes tiempo antes de entregarla?
Mariola se sintió
instantáneamente halagada.
-¿En serio? Sí, creo que sí. No
creo que mi cliente pusiera problemas y además…
El chico no la escuchaba.
-¿Cómo te has sentido haciendo
esto con la obra de Goya?
Mariola le miró.
-¿Cómo? ¿Qué quieres decir?- El
joven se quedó mirándola profundamente a los ojos- Mariola entendió- No sé. Muy
cerca. Tengo un zumbido en los oídos- Mariola tragó saliva. Se quedó pensando.
El silencio sostenido hizo que el sonido en su cabeza cobrara de nuevo
protagonismo.- Tuvo que ser muy duro para un gran artista como él. La sordera
le obligó a renunciar a su puesto de director de pintura en la Academia de San
Fernando- De nuevo silencio- Oye, ¿a qué viene esto? ¿No serás mentalista como
tu tío?
Juan sonrió para sí mientras
abría la cajita de cartón que había mantenido todo el tiempo bajo el brazo.
-Mira- dijo- Esto es lo que me ha
traído hasta aquí- Extrajo una cajita de cristal, del tamaño de una caja de
cerillas, con una gran lupa en su tapa. Ambos se asomaron a mirar, acercando
demasiado sus frentes, rozándose casi con la nariz.
Ante sus ojos se encontraba la
famosa pieza del Museo. La Última Cena de Leonardo, pintada sobre un grano de
arroz.
-Me encanta- Dijo la chica. Me
quedé enamorada de ella cuando visité la Casa Museo en Brihuega.
-Quiero que la restaures- Mariola
se sintió de nuevo agasajada.- Ha perdido el contorno de las figuras y los colores.
-Sin problemas.- Contestó la
joven sin poder quitar la vista sobre ella.- Será un honor.
El hombre la miró de nuevo.
-¿Has ido al médico? – Por el
zumbido, digo.
-Sí. Me hicieron una audiometría.
También he ido al neurólogo. No tengo nada.
-¿Me permites?- El chico se
acercó a ella tomándola de la barbilla con sus dedos, sin apartar la vista de
sus ojos.
-Pero, ¿qué? – dijo ella
retirando la mano, a la vez que daba un paso hacia atrás.
-Así que Goya renunció a su
puesto… continuó el hombre… y ¿a qué estás renunciando tú, gran mujer, rodeada
de cosas pequeñas?
-¿Qué? ¿Cómo te atreves? – contestó
ella azorada…
-Perdona, perdona, soy un torpe- Parecía
de verdad arrependido. Cabizbajo y en silencio, metió de nuevo la cajita de
cristal en la otra, mayor, de cartón, empujando ambas hacia el centro de la
mesa- En fin, te dejo esto. Piensa en un precio, por favor, y en la exposición
temporal…
-Espera…
La espalda de Mariola se
recostaba incómodamente en la estantería en la que guardaba todas sus pinturas.
No sabía qué quería decir. Se sentía incómoda, fuera de lugar en el pequeño y
antiguo local que había sido su refugio durante años. Sin poder apartar su
mirada del suelo, se sorprendió al realizar la pregunta:
-¿Qué has querido decir?
No quería que se fuera. De
repente recordó todos aquellos emails en los que le contaba cómo había
aprendido su profesión. Las vacaciones en Samarcanda y el amor por aquella
tierra descubierta bajo los reflejos del sol rebotado en los azulejos turquesas
de las madrazas. La incomprensión de sus amigas y de su familia al renunciar al
regreso, y las largas jornadas de aprendizaje junto al anciano de Bujhara. Uno
de los más prestigiosos miniaturistas uzbekos. Se enamoró de la paciencia, del
rigor, y la constancia. Se enamoró del tiempo detenido y se olvidó de la vida.
-Mariola, tú me hiciste venir
hasta aquí. Tal vez para recordarte que fuera es primavera.
-¿Qué?
Se arrepintió de la intimidad
creada con aquel desconocido, y se preguntó quién era y a qué había venido.
-Mariola, me enviaste el cuadro
sin el violinista.
-¿Qué estás diciendo?
-Sí. Pensé que era una broma. Estaba
la escena entera. Sin el violinista.
-Pero, ¿de qué estás hablando?
Juan la interrumpió.
-Pensé que era una broma. Que
querías que viniera a verte. Todos aquellos mensajes repletos de imágenes e
historias increíbles… no sabía si era una estrategia para destacar del resto o
era otra cosa. Tenía que conocerte.
El hombre apoyó sus nudillos en
el taburete, suspirando, ante la mirada atónica de la chica, que no podía
pronunciar palabra.
-Y sí, mi tío me dejó en herencia
algo más que el Museo… Ven.
La tomó del brazo y la puso
frente a un espejo. Agarró una de las enormes lupas de trabajo, colocándola entre
ella y su imagen reflejada. Ante él, Mariola sintió cómo
el zumbido en su cabeza se iba convirtiendo en un grave acorde arrancado de
cuerdas que lloran y ríen. En lo más profundo de su oscura retina, a lo lejos,
Mariola pudo ver la imagen del violinista afinando su violín.
20140502 Historia Minúscula.
Punto de vista
Si no es...
La insoportable sequedad del ser
Mareas, cascadas,
Charcos, chorros, grifos,
agua corriente.
Gotas, rocío,
vapor astringente.
Papel secante.
Paño absorbente.
Sequía, desierto,
polvo axfisiante.
Estío, arena,
fuego de repente.
Tierra yerma.
Cal Viva.
No vida.
Muerte.
20150424 Micros
Uvieron amores y desamores
Cuando hubo, vino la uva.
Cuando hubo uva, hubo vino.
Cuando no hubo vino, vino la uva, y hubo.
Cuando no hubo, la uva no vino.
El uvo no vino y fué mala la uva.
Hubo mala uva y hubo mal vino.
20150424 Micros.
Cuando hubo uva, hubo vino.
Cuando no hubo vino, vino la uva, y hubo.
Cuando no hubo, la uva no vino.
El uvo no vino y fué mala la uva.
Hubo mala uva y hubo mal vino.
20150424 Micros.
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