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Nací de un torbellino en el que volaban unos perros, unos leones, diez mil budas, tres selvas, una cascada, cientos de esfinges, un mago, una chamana, un gusano, una mariposa y una libélula, mil significantes y un significado, lo real, lo simbólico y Jerusalén. Y como el viento que arrancó las hojas rojas, verdes y azules del guanaco para crear al sagrado pájaro quetzal, quiso el torbellino que despertara el cuerpo y danzara la mente para ver nacer el mito.

lunes, 29 de diciembre de 2014

El amor sabe (Seleccionado para la Antología Versos desde el Corazón)

El amor sabe y no cuestiona.
Recorre frondosas praderas,
cruza desiertos y mares,
atraviesa cordilleras.
Nada lo detiene,
no encuentra barreras.

El amor sabe y no cuestiona.
Encuentra tu alma
y la invade entera,
atrapa tu mente
con palabras verdaderas,
hechiza tu cuerpo y lo eleva.
El amor sabe y no cuestiona.
te busca hace tiempo, no huyas, te espera.

20141214 Versos desde el corazón
 

domingo, 21 de diciembre de 2014

Haz que suceda

Mira qué pasa si paro el mundo.
Mirá qué pasa si en solo un segundo
todos los hombres fueran felices.
Mil corazones latiendo juntos.

Qué pasaría si el ruido se apaga
y una sinfonía a ocupar su lugar pasa.
Sueña que todos los niños la cantan
y el amor llega a todas las casas.

Y si, por fín, desde Oriente esa estrella
hoy permanece en el cielo brillando
y la paz invade todo el planeta
y los hombres empiezan el nuevo año amando.

A ver si este año va a ser de verdad
Haz que suceda. Es Navidad.


20141221. La felicidad es una decisión
que hemos de tomar todos los días.

Feliz Navidad

Enciende tus sueños y que éstos iluminen tu caminar.
Imagen de Arena diseñada por la artista Didi Rodan
www.didirodan.com
Miradas de mazapán,
sonidos de cascabel,
sonrisas de Noche de Paz
y Noche de Amor en tu ser.

Abrazos de caramelo,
besos de dulce turrón
reyes, renos o camellos
traigan lleno su zurrón
de amor y buenos momentos,
los que te deseo yo.

Ama, ríe, besa, vive
trescientos y pico días más
que te traiga el dosmilquince
toda la felicidad.

20141221 Enciende tus sueños y que éstos iluminen tu caminar. 
                               Feliz Navidad y 2015.

La reina de blancas

Herida, abatida, en combate caí,
decenas de cuerpos yacen junto a mí.
Un último aliento me queda, por tí,
siento tu batalla, peleando en buena lid.

Cabalgo en tu mente, montada en tus pensamientos.
Continúas, valiente, sin cejar en tu empeño.
Un último paso para alcanzar tu sueño:
la última casilla, del poder eres dueño.

Resucito entonces y vuelo a tu encuentro.
Renovada, con fuerzas, voy al tablero.
Tu lugar ocupo, aceptando el reto.
Sonríes moribundo, abrazo tu cuerpo.

20141221 Escribiendo sueños

Desencuentro

Quise olvidarte cada día, cada noche,
beberme la vida, para no llorarte.
Construí otra historia, para así borrarte
y hoy, todavía, vuelvo a recordarte.

Quisiste tenerme en tus días y noches.
No debías buscarme, y aún así esperaste.
A veces estuve, siempre lo ignoraste,
y tú poco a poco fuiste olvidándome.

Y entonces, hoy, deseo encontrarte,
pero tú no estás,
y ni siquiera lo sabes...

20141221 Versos desde el Corazón 

Jerusalen

Busca la grieta en la Ciudad Sagrada
no sabe por qué, pero ha de encontrarla.
Se deja llevar por cientos de almas
y entre recovecos, llega a la muralla.

Un único anhelo escrito llevaba,
un grito ahogado, a su Dios elevaba.
Un pequeño papel, lleno de esperanza
en la grieta quedó. Se alejó. Lloraba.

Allí lo dejó, Shalom, desde allí rezaba.

20141221 Repaso a 2014

domingo, 14 de diciembre de 2014

Orquestando sueños

Suenan los violines,
las violas, los chelos.
Trinos y mil cantos,
melodía al vuelo.

Baila la batuta,
danza con esmero
la coreografía
de adagios y allegros.

Llevada por la armonía
de mil anhelos y sueños,
dirijo la sinfonía
de mi propio concierto.

20141214 Orquestando sueños


Orgullo y prejuicio

Observa de nuevo atrapada
los barrotes de su encierro.
Quiere volar y no puede,
sentir debe su tormento.

Piensa cómo atravesar
la jaula de su aislamiento,
que encierra su libertad,
su ira, su rabia y sus miedos.

Dos barrotes la separan
de conseguir sus anhelos.
Se llaman orgullo y prejuicio
y no se trata de un cuento.

20141214 Versos desde el corazón


 

Caidas

Luchaba contra el sueño mientras mi compañero disertaba sobre las previsiones de cierre del año. Era la primera exposición que hacíamos en aquel Comité. La mía sería la última.

Llevaba toda la noche sin dormir. Toda la noche me llevó colocar aquellas cifras en el lugar adecuado. Ilusionar sin sobre-estimular. Realismo sin decepción. Lo justo para obtener la aprobación de la Dirección y cobrar los incentivos anuales. Sin generar grandes expectativas para el presupuesto venidero.

Bostecé. Angel Luis continuaba hablando.

- Y así es como pensamos terminar el año un veinte por ciento por encima de.... 

¡Cataplóm!

Un golpe seco dirigió la mirada de la audiencia hacia la petaca del sistema de audio que se había caído al suelo. Mi compañero continuaba su exposición, quitándole hierro al asunto, aunque ya no podíamos oirle.

En la segunda ponencia se desmontó el atril.
En la tercera cayó un foco.
En la cuarta se fué completamente la luz.
No llegué a exponer.

Abrí la puerta de casa y encontré a Juan en el sofá, bajo una manta, rodeado de cientos de kleenex arrugados.

- ¿Cómo estás? - pregunté-
- Llegas temprano - me contestó con voz de pato.
- Sí, hemos acabado antes y he venido a descansar un rato. Me caigo de sueño. ¿Te apetece una sopa caliente?
- Sí, por favor... y recuérdame a menudo que no vuelva a jugar al padel un día de lluvia...

Un golpe seco le interrumpió. La lámpara sobre la mesita del rincón cayó al suelo.

- ¡Mierda! ¡Estoy harto! ¿Qué le pasa a esta casa?
- ¿Qué le pasa? - pregunté sin mirarle.
- ¡Se cae todo!... - gritó.

Se cae todo. 
Todo se cae. 
Sí. 
Todo se cae. 
Las cosas se caen desde que decidiste empezar a verla. 
Algo cae cada vez que te inventas una coartada como la chorrada esa del pádel. 
Algo cae cada vez que contestas una llamada alzando mucho la voz. Recordándole a tu hipotético cliente que estás fuera de tu horario de atención. Que ya le llamarás desde la oficina. 
En cada uno de esos momentos, algo cae.

- Tal vez sean señales.- dije.
- ¿Señales? ¿Señales de qué?
- No sé. - Entré en la pequeña cocina americana abierta al salón y puse un poco de agua a hervir. - Tal vez señales de que tengamos que cambiar de casa. ¿Cuándo tienes que contestar a tu jefe sobre el proyecto de Londres? ¿No íbamos a salir a cenar para hablarlo?
- Bueno, ya hablaremos, no hay prisa. ¡Mierda! ¿Otra vez?. - El frasco de jarabe sobre la mesa se inclinó hacia la derecha. Juan lo cogió al vuelo.- De todas formas hoy no estoy para pensar en ello.

Miré el jarabe en su mano, horrorizada. 
Ya lo has decidido. 
Lo has rechazado sin decirme nada. ¿Por qué? ¿Por ella? 
No quiero pensar, no quiero preguntar. Lo sabré. Sabré si me va a dejar o la dejará a ella. Algo caerá y lo sabré. 
O tal vez se caerá lo nuestro. 
O tal vez se ha caído ya.

Suena la alerta del móvil. "Llamar a Andrea". Sí, eso, llamar a Andrea. Esta tarde tenemos cita en la universidad.

- Andrea, soy yo. ¿Qué hay de lo de esta tarde?
- Sí, si. Confirmado. No te preocupes. A las siete. Oye, ¿tú no estabas en no sé qué Comité?
- Bueno, digamos que ha acabado antes. Y dime, ¿de qué va lo de hoy?
- Es fascinante - sonó emocionada la voz al otro lado del teléfono-. Es sobre los estudios de Princetown y la consciencia global del planeta...
- ¿La qué? Andrea estás chalada. Dime si vendrá él.
- Claro que vendrá, ya hemos quedado...
- Está bien, no pienso tragarme un rollo más de estos, necesito hablar con ese hombre.
- Que sí, hija, que está todo acordado... Es a las siete. Se puntual.
- Perfecto, te veo luego.

Colgué a Andrea dejando, exasperada, el teléfono en la encimera. El agua hervía, eché los fideos mientras pensaba en aquella conferencia a la que me arratró mi amiga justo hacía dos meses. Justo cuando todo empezó a caer.

Fue una tarde lluviosa, como la de hoy. El móvil vibró en medio de la charla. Los ojos de todos los asistentes, intelectuales insaciables absortos en las palabras de aquel extraño ponente se volvieron a mirarme.

- Ssssss - me castigó Andrea.
- Lo siento - susurré.- Me he olvidado de silenciarlo.- Era un mensaje de Juan. "Trabajaré hasta tarde. No me esperes levantada".

Un golpe seco interrumpió al orador. Uno de los libros sobre su mesa se había precipitado al vacío.

- Prosigamos, continuó el profesor al identificar el motivo del golpe.

Al final de la charla Andra se acercó al estrado.

- Ven - me dijo.- Quiero que me dedique su libro.
- ¿Qué libro?- pregunté.- ¿De qué va? - Andrea me miró con cara de asesina.
- No te has enterado de nada, ¿verdad? El libro del profesor Alvarez Valencia y su conferencia de hoy hablan sobre la ampliación de la consciencia. Cómo entrenarla para percibir más, señorita cuadriculada. No sé para qué me molesto en traerte... no se ha hecho la miel para la boca del...
- ¡Oye!...

Aquella había sido la primera vez. La primera caída. En aquella conferencia sobre ampliación de la consciencia.

Conduje con cuidado pues la lluvia caía copiosamente, un poco más lentamente que la tarde.

Un vigilante de seguridad se acercó hasta el coche.

- Buenas noches señora... ¿se dirige usted a...?
- Pabellón E. aula Magna.- contesté.
- Es el edificio a su izquierda. ¿Desea que la acompañemos? dijo señalando el pareaguas abierto con el que se guarecía.
- No gracias, llevo uno.  Muy amable.

Encapotada y sorteando los charcos llegué junto a Andrea que me esperaba a la entrada.

- Me tienes intrigadísima.- Me dijo al oído mientras juntábamos las mejillas. - Ven, nos espera.

Un hombre se encontraba en la entrada del Aula, junto a un banco. Era el profesor Alvarez Valencia.

- ¿Señoras? - dijo el hombre, cuando nos aproximamos.
- Bueno, yo les dejo. - Dijo mi amiga entrando en el Aula abarrotada. La puerta se cerró a su espalda.
- Espero que seal algo importante. Voy a perderme la ponencia de un buen amigo.
- Le agradezco su tiempo. Es importante, se lo aseguro. ¿Nos sentamos?-dije tomando asiento en el banco. El profesor se sentó a mi lado. - Verá, no sé si recuerda que el día de su conferencia cayó un libro de su mesa sin motivo aparente...
- No. No lo recuerdo. ¿Tiene alguna importancia? - La voz cortante de aquel hombre me hizo sonrojar... - No irá a contarme alguna tontería como que cuando alguien pronuncia una falsedad en su presencia caen objetos al suelo, o algo así.
- ¿Disculpe? ¿Cómo lo sabe?
- Capítulo III de mi libro "Cómo ampliar la consciencia". Si aplica usted las técnicas que explicamos en la conferencia estará más abierta a percibir, recibirá más estímulos que asociará con otros acontecimientos y creerán que están relacionados.
- ¿Cómo? Pero, no es posible... mire, lo tengo comprobado.
- Tonterías.
- Puedo probarlo.- El hombre me miró desafiante.
- Adelante.- dijo.
- Mientame sobre su edad.
- Tengo veinticinco años- dijo el profesor, malhumorado. - Un botón de su gabardina cayó al suelo, entre ambos.
- Estaba mal cosido.- Dijo el hombre.
- ¿Cómo?... Diga que me ama.- contesté rápidamente.
- La amo.- La bombilla que se encontraba sobre nosotros soltó un leve zumbido y se apagó...- La tormenta, sin duda, señora.- El profesor se levantó y me miró con frialdad.- Si me disculpa, creo que voy a entrar a esa conferencia.
- Pero... - dije mientras veía cómo se alejaba y abría la puerta del Aula Magna. Las voces del interior invadieron el vestíbulo.
- El hombre necesita creer.- Me dijo volviéndose un instante antes de adentrarse en el aula.



20141208 Realismo fantástico

De amor y de sombras

Las descubrí un buen día
y entonces lo comprendí,
olvidarte no podía
aunque lo intenté, sin fin.

Allí, escondidas, furtivas,
besándose con frenesí,
estaban tu sombra y la mía
queriéndose, amándose, sí.

Y ahora ando por la vida
buscando mi sombra y a tí.

20141214 Versos desde el corazón
 

Los Nardos


Parrondo Estévez (Madrid, 1.980), joven cineasta de culto que acapara cada ciclo de cortos en La Casa Encendida, se estrena con una fresca novela, a veces inocente, a veces tan ligera, que si no conociéramos su autoría pasaríamos de puntillas sobre ella.

No obstante, es sabido que este genial guionista, productor y director, no da una puntada sin hilo, por lo que, si buceamos entre sus líneas, encontramos una genial zarzuela del siglo XXI, ambientada en los más castizos rincones de la capital.

 
Escrita en primera persona, la obra nos adentra en las vivencias y pensamientos de Alfredo, un digamos afortunado treintañero mileurista, a pesar de su carrera universitaria de informático y sus dos masters, que vive en un piso compartido situado en un antiguo pero reformado edificio de Chueca, junto a otras dos chicas, María y Ana, y un antiguo compañero de la carrera, Ovidio.

La estructura de la obra, a semblanza de las piezas del género chico, comienza con una presentación de los personajes, en una escena en la que Ovidio, de carácter ermitaño y de profesión hacker, tenía que encargarse de la cena del grupo, pero se le olvida. María, gallega, y  profesora de literatura, a pesar de tener decenas de exámenes que corregir, se encarga, sin un reproche, de preparar todo para que sus compañeros no carguen contra aquel curioso personaje, que es su preferido en la casa. Ana, ejecutiva de marketing que trabaja con un contrato en prácticas para menores de 30 en una famosa agencia de comunicación, y Alfredo, programador en una multinacional, se lo agradecen enormemente.

El ambiente en la cena es desenfadado y un poco sarcástico hacia Ovidio, y las bromas sobre la sobreprotección de María hacia él, y la predilección, un tanto competitiva de Ana y Alfredo hacia María, hacen que el ambiente suba de tono, hasta que suena el timbre.

Aquí aparecen los villanos de la historia, en formato de Eugenio, el avaro casero de Alfredo, un también informático jubilado, y su hija, Encarna, una deliciosa jovencita de 18 años que le tira los tejos a todo lo que se menea.

Eugenio encarna a la perfección el personaje de la vieja portera cotilla, y combina elementos como una ancestral capacidad de espionaje tras sus macetas de Nardos, mientras hace como que los riega, secuestro de correspondencia, escucha tras la puerta y la mirilla, y escaneo de conexiones a internet, pues Ovidio ya le ha pillado más de una vez robándoles ancho de banda.

El casero se aprovecha de que un par de inquilinos anteriores a los actuales dejaron de pagar a Alfredo, y que éste le debe algunas cantidades, para pasarse por el piso y amenazarles con contar algún secretillo recién descubierto, real o inventado, e intentar sacarles la pasta que no tienen.

A todos les desagradan sus visitas menos a Ovidio, que ya ha descubierto de él mucho más de lo que necesitaría para contrarrestarle, y le encantan los movimientos seductores de su hija, que debe ser la única chica del mundo que le mira así. Bueno, que le mira.

A los personajes del piso y sus relaciones amistosas y amorosas, que no pueden faltar en una buena zarzuela, ni vamos a desvelar en esta crítica para no chafarle las sorpresas al lector, se une la muerte de una misteriosa mujer en el portal de la casa, por caída accidental de una de las macetas de nardos de Eugenio.

La aparición de Marcos, un policía gay que simpatiza con Alfredo desde el primer momento, les lleva a ser conocedores de la historia de la fallecida, y su antigua relación con el edificio desde tiempos en los que el casero chantajista adquirió varios de los pisos del inmueble.

Las sospechas y el interés de los habitantes del piso por inculparle, les involucrará en una suerte de situaciones surrealistas, que se desarrollan en diferentes lugares de moda de la capital, y que coinciden con los ya descubiertos en algunas de las cintas del autor, de modo que Estévez aprovecha de nuevo para hacer propaganda a sus amigos.

Todo ello combinado con lugares emblemáticos como el Palacio de Cristal del Retiro, el café Gijón, las Visitillas, El Viaducto, el oratorio del Caballero de Gracia y tantos otros en los que se encuentran las pistas para desentramar el misterioso fallecimiento a causa de traumatismo por Nardos.

No obstante, la juventud de los personajes, los lugares de tendencia, el tono picante en algunas de las escenas, los entresijos sexuales de distintos tintes, como no podía ser menos desarrollándose la obra en Chueca, hacen que el ritmo y las situaciones ligeras acompañen a otras más metafísicas como las historias personales de los protagonistas y sus reflexiones sobre el existencialismo y el futuro.

La obra, en definitiva, encierra una crítica social a la situación vivida por profesionales cualificados entre los treinta y cuarenta años, sin pareja estable, llevando una vida que perpetúa la adolescencia a causa de la precariedad laboral.

Sin embargo, cuanto más gana fuerza la historia es cuando se aleja de dicho trasfondo para acercarse, de manera sutil y estilo humorístico a alguno de los momentos totalmente carentes de realismo que envuelven su devenir.

Junto a ello, Parrondo intercala algunos recursos literarios inesperados como este acercamiento al extrañamiento que se produce en el capítulo VII, con el que queremos despedir esta crítica animando a nuestros lectores a leer esta ópera prima, y que queremos reproducir a continuación:

“No entiendo por qué tenemos que irnos ya. Salir a la calle y encontrarnos con ellos. Hacía mucho que no los veía de nuevo. Y sin embargo ahí están, como si siempre estuvieran.

-          María. Cuidado. Los cíclopes…

De una altura de hombre y medio, se apostan a cada lado de la calle y nos miran con su terrible ojo rojo brillante y resplandeciente, manejando a su antojo nuestra voluntad. María conduce y lo sabe. Todos lo saben. No llego a recordar de dónde salieron, cuándo vinieron, cuando nos sometimos a sus normas, pero lo hicimos.

Me duele la cabeza, no quiero mirarlos. Tengo los ojos cerrados y el miedo y la repulsión se entremezclan en mi estómago y centrifugan. Me sujeto con las manos para no ensuciar el coche.

María conduce y está sola. Ovidio y Ana se fueron antes. No estás siendo muy caballero. Anda, abre los ojos y enfréntate como un hombre.

Abro apenas mi ojo izquierdo y los veo de nuevo. Aquellos gigantes indolentes. El de la derecha tiene un brazo gigante que se eleva por encima de la calle y en ese brazo luce otro de sus ojos.

Todos los coches se detienen frente a ellos, pues es lo que quieren, que te sometas frente a su mirada. ¿Cuándo programaron esa orden en nuestros cerebros? Algunos insensatos quisieron desafiarles, pero cosas horribles suceden entonces. Colisiones, accidentes, incluso los agentes de tráfico les obedecen y te multan por haber osado a transgredir sus dictámenes.

Mientras permanecemos detenidos, los peatones campan a sus anchas por la calzada.

De repente, los cíclopes cierran sus ojos de fuego y abren sus bocas, mostrando unas fauces de color verde. El pánico se apodera de todos los presentes. Los vehículos apostados en las posiciones de atrás comienzan a pitar y los de adelante se apresuran a ponerse en marcha.

-          ¡María, arranca! – le digo.

Pasamos por delante de ellos e intento huir del pensamiento de ser engullido por ellos… a ambos lados de la calle vamos dejando atrás parejas de cíclopes con sus ojos cerrados y sus bocas abiertas. Vamos a toda velocidad. Es importante avanzar mientras no abran de nuevo su brillante ojo rojo.

Pero no, a unos metros de nosotros, una nueva pareja hace iluminar su anaranjada nariz. Es la señal. Es lo que hacen los cíclopes cuando van abrir sus ojos de fuego.

Algunos coches aceleran para huir de sus campo de visión, pero el resto, los más rezagados, frenamos para rendirles de nuevo respeto con nuestra inmovilidad.

No puedo verlo. Me aterra. Empiezo a gritar y María se pone nerviosa.

-          Dios, Alfredo, ¡calla de una puta vez! Es lo que me faltaba…

Lo estoy haciendo mal, muy mal, después de los acontecimientos de los últimos días y ahora esto, María necesita que la proteja, no que la altere… sin embargo, no puedo más y me quedo dormido.

No sé cuánto tiempo ha pasado. El coche está aparcado en nuestra calle y María me zarandea:

-          Vamos, Quijotiño, despierta, ya hemos llegado. Se acabaron los gigantes. Menuda te has cogido con la ginebra de garrafón de la disco.


 

20141102 Critica Literaria + Extrañamiento

domingo, 30 de noviembre de 2014

Endecasilabeando



Recuerdo de tus sueños y tus manos,
Ausencia de tu risa y de tu llanto.
Escucho tu silencio y te acompaño,
Añoro tu sonido y me hace daño.

20141124 Endecasilabeando con Antonio Romar.

Ella crea

Ella siempre crea.
Gira su cuerpo y crea.
Desliza suavemente 
la pluma sobre el papel
y crea, siempre crea.

Ella siempre crea.
Silva dulces melodías
en sueños recordados,
en sueños inventados,
dejando volar su mente
y crea, siempre crea.

Ella siempre crea.
Construye realidades
con miradas que nadie tiene.
Dialoga con la realidad
y con la irrealidad y crea,
siempre crea.

Ella siempre crea.
Habita oscuros parajes
para crear su verdad,
versos, baile, rimas,
historias, amor, realidad.

Ella creó y creó 
hasta creer en si misma.

20171107

El matemático y el imbécil

Allí estábamos los tres. El matemático, el imbécil y yo.

Eché un nuevo vistazo al escenario del crimen mientras los forenses se hacían cargo del cuerpo. Fotografié una vez más, con mi móvil, la fórmula escrita en el espejo con trazos "bermell pasionnatta". Así lo indicaba el pequeño adhesivo del lápiz de labios que encontramos en el suelo y ahora dormía en una bolsita transparente y precintada.

- ¿Entonces? - pregunté al matemático, sacándole de la ensoñación que le producía mantener su mirada en mi escote.- ¿Quiere decir que no sabe lo que significa?

- Eeeehhh ¡Sí! - contestó, poniendo un dedo sobre el puente de sus gafas y empujándolas hacia arriba. - Técnicamente no es una fórmula, sino más bien un código. Tengo una ligera idea pero prefiero contrastarlo con los archivos de la Universidad.

- Y eso ¿Cuánto le llevará? interrogué de nuevo colocándome en jarras frente a él y dejando que la blusa se abriera un poco más.- Puedo hacer que alguien le acerque hasta allí y pasarme yo misma esta noche a escuchar sus conclusiones... ¿le parece bien? - el hombre permanecía hipnotizado mientras el imbécil se balanceaba sobre sus zapatos, con las manos en los bolsillos, tragándose una sonrisa a la vez que miraba al suelo.

- Y tú, ¿De qué te ríes? - le increpé.

- De nada, lo siento.- dijo recuperando a duras penas la seriedad.

- ¿Qué me dice? - pregunté de nuevo al matemático.

-Sí, supongo que si trabajo hasta la noche lo tendré...

- Perfecto - interrumpí - mi ayudante, el agente Acevedo, le llevará.

- Pero... -replicó el imbécil - El comisario Bermúdez...

- Yo me ocupo del comisario Bermúdez - le interumpí a la vez que le lanzaba las llaves del coche.- Martínez, te vienes conmigo.

- Sí, agente Bermúdez - se oyó una voz al otro lado de la sala.

Aquel cuarto unas horas antes debía haber sido un acogedor salón. La decoración provenzal con antiguas vitrinas lacadas en blanco, ahora destrozadas, mostraban el buen gusto de la víctima. Numerosos objetos, cristales, y plantas arrojadas por el suelo, que fuí sorteando a zancadas, se hacían eco de la batalla. Llegué junto al agente Martínez, que conversaba con Marta, la forense, y escuché que decía:

- Se trata de un traumatismo craneo-encefálico. La sangre apenas ensucia los cabellos y la ropa. Unos sesenta años. Se dedicaba a la enseñanza. Vivía sola. Probablemente sorprendió a alguien robando.

- ¿Quien es?. - Dije tomando en mis manos un exquisito marco de plata antigua labrada a mano cuyo cristal tampoco había sobrevivido a la contienda. En la foto se veía a la víctima muchos años antes, junto a un apuesto hombre uniformado.

- Enviudó hace quince años, - dijo Martínez colocándose a mi espalda. Podía respirar su olor a tabaco negro.

- ¿Hijos?

- No, ni hijos ni más parientes. Estaba jubilada. Vivía de su pensión y de la de su marido, que era militar. Era una mujer de carácter seco y estricto pero muy conocida en la parroquia y en la comunidad. Vamos, te llevo. Te dejo a unos pasos de la comisaría antes de que tu padre nos vea.

- A estas horas ya se habrá enterado. Ni te preocupes.- Me adelanté despidiéndome de Marta con la mano.- ¿Qué más hay? - dije mientras me subía al peugeot 407 gris.- Dios, esto apesta, ¿Cuándo vas a dejar de fumar? - Martínez sonrió y arrancó.

- Parece listo - dijo.
- ¿Quien?
- Ya sabes quien.
- Ah, el imbécil.
- Qué borde eres. El no tiene la culpa, tal vez puedas convertirle en un buen poli.
- Paso.
- Ya, pasas de todo.
- No, de todo no. - dije poniendo mi mano en su pierna. Martínez sonrió. - ¿No es raro que nos enteráramos esta mañana? - pensé en alto... La muerte fué anoche, ¿nadie oyó nada?

El aviso entró por la mañana, justo después de salir del despacho del comisario, furibunda, dejando que la puerta pegara un estruendoso portazo que hizo enmudecer a todos.

- ¿Qué? - espeté. La puerta volvió a abrirse detrás mía con la misma violencia.

- ¡Bermúdez! - gritó mi padre.- No te consiento esos modales, te encargarás de la formación de Acevedo y no quiero oir ni una palabra más...

- Preguntamos a una vecina - dijo Martínez interrumpiendo mis pensamientos. La víctima ponía el televisor a toda mecha. Pensaron que se trataba de una película. la descubrió la chica que la limpieza por la mañana. La puerta estaba forzada.

- ¿Huellas?
- Muy pocas. las están analizando.

Martínez aparcó en el callejón de la comisaría. Todo el mundo estaba muy alterado. Acevedo permanecía tranquilo. Al vernos anunció:

- Han llamado de la universidad. El profesor Vazquez ha aparecido muerto en su despacho con un glope en la cabeza.
- ¿El matemático? - dijo Martínez. Asentí.
- ¿Pero qué demonios, Acevedo, cuándo le dejaste allí?
- Hace exactamente una hora. Debió suceder nada más irme...



sábado, 1 de noviembre de 2014

Pudong

La luz se cuela entre las tablillas débilmente colocadas en la ventana y los sonidos cotidianos de la calle comienzan a invadir su despertar.

Abre los ojos. Descubre una nueva grieta en el viejo techo de madera y suspira con resignación. Se incorpora. Echa a un lado la raída cortina y pone cuidado al colocar sus pies en el suelo, tanteando con los dedos, buscando el calor de la madera inerte y silenciosa.

Se desliza, de lado, junto a un par de pequeños cuerpos que se hinchan y deshinchan acompasadamente, y se dirige al viejo y oxidado dragón que les suministra pequeñas cantidades de agua robada, que nunca será fuente de vida, pero que calma su piel por la mañana y se lleva la mugre de los platos y los rincones de aquel pequeño y destartalado refugio.

Mientras se asea, escucha unos pasos conocidos junto a la puerta.

-  Ni hao Mai Ann.- Atisba un desordenado flequillo sobre unos incomprensibles ojos siempre chispeantes.
-    Ni hao , Cao Li.- Contesta con desgana.

Aquella maraña de pelo se le planta delante mientras levanta frente a sus ojos una bolsa de papel con olor a sopa caliente y el dibujo de uno de los viejos y tradicionales restaurantes del mercado de El Bund, el famoso y gastronómico barrio de Sanghai.

-    Te envían recuerdos.- Dice el muchacho haciendo girar la bolsa y volar el caballo alado que en ella aparecía.
-   Eso está bien.- sonrie ella, y alborota con su mano, algo más, la cabeza de él. Desayunad vosotros. Yo llego tardísimo.

Desliza el agujereado camisón sobre su cabeza, mostrando su desnudez sin pudor pues fué él quien primero en su vida la vió así. Abre un antiguo baúl que había sacado antes de debajo de aquel catre que compartían a turnos. Saca con mimo una elegante blusa blanca y una falda negra de diseño, medias de seda, y unos imponentes y altísimos zapatos de tacón negro.

Mira con cariño aquellas prendas, y se dispone a vestirse con ellas, observando, en el cristal de la ventana, cómo deja de parecerse a su hermano mellizo y se va convirtiendo en una sofisticada mujer, casi como un negativo revelando una preciosa y antigua imagen capturada al azar.

-    Te he arreglado los frenos de la bici. Un día te vas a matar conduciendo con eso.- Dice Cao Li señalando sus zapatos.
-   ¿Ahá? – contesta ella colocándose un antiguo camafeo sobre la blusa, y un pañuelo de imitación alrededor de su cuello. Su imagen, en el desgastado vidrio de la ventana, le pide un último toque y pellizca sus mejillas.
-      Te conseguiré uno de esos caros maquillajes para que no tengas que hacer eso.- dice el muchacho sin perderse un detalle del ritual de cada mañana.
-       No quiero saber qué significa “te conseguiré”.-ríe ella.
-       Pues no preguntes. Toma. – pone sobre su mano un pequeño paquete.
-   Me voy corriendo.- contesta. Y deslizando el paquete bajo la blusa se sube ágilmente a la oxidada bicicleta que duerme recostada en la puerta, y se pierde por las húmedas y estrechas calles de aquel suburbio del lujoso distrito de Pudong.

Sorteando todo tipo de obstáculos, mientras intenta escapar de aquel oscuro y deprimente mundo, cuida de no salpicar sus zapatos, y entona la oración de cada día, invocando al caballo alado, aquella canción que ella le cantaba y que da significado a su nombre: Mai Ann, el caballo alado, el caballo salvaje.

Vuela alto, vuela y verás, nubes y pájaros y tal vez algo más; siempre en el viento, siempre allí está, acaricia sus alas y aparecerá. No debes correr, no debes trotar, camina firme y así llegarás, pero si algún día encuentras el mal, acaricia sus alas y aparecerá.


La veía en cada esquina, en la mirada de cualquier madre, en la sonrisa de aquella anciana, en las manos que trabajaban la pasta de arroz de la pequeña casa de comidas que separaba la miseria de la modernidad. Sobre todo allí. Se parecían tanto…

-          Hola tía Son – dice bajándose de la bici.
-          Hija, come algo antes de irte…
-     Mmmm huele genial- recuerda el olor de la mañana. - El primo Cheng ha heredado tu mano, ¿Qué tal le va con los tíos en El Bund?
-     Está muy contento, hija, a ver… después de tantos años en la cárcel, ha encontrado algo que le hace feliz.
-         Bueno tía, me voy que llego tarde.- y besando apresuradamente a la anciana, acomoda la bicicleta en la vieja trastienda y sale por la puerta principal, corriendo a cruzar el semáforo hasta perderse entre la alocada circulación y el bosque de rascacielos.

Acomodando el paso a sus elegantes tacones se detiene, como cada día, frente al escaparate de aquella tienda. De nuevo, su imagen, reflejada esta vez en una lujosa y brillante luna, le devuelve la mejor versión de sí misma, la joven elegante, probablemente representante o relaciones públicas de una importante marca nacional o extranjera, segura de sí misma, dispuesta a cerrar un importante trato aquel mismo día.

Una foto que negaba los álbumes de las horas anteriores, retratos en viejos y desgastados cristales de una Mai Ann que salía cada día al escenario de la vida a representar el papel que les permitía, a ella y a sus hermanos, seguir con vida.
Absorta en aquella imagen del escaparate, le parece verla de nuevo, sonriéndole mientras acaricia un pequeño caballito alado en su cuello.
Un taxi para junto a la tienda. El conductor baja la ventanilla del copiloto mientras pregunta:

-          ¿Señorita Mai Ann?
-     Yo misma, - contesta ella, en una imagen que se repetía con cada nueva jornada.

Recorre el camino conocido, el bosque de enormes gigantes de acero y cristal, hasta que el coche se detiene junto al mayor de todos ellos.
Baja sin pagar, como estaba acordado, y pasa de largo junto al letrero que anuncia la entrada a la Jin Mao Tower. Cientos de turistas se doblan en el suelo para intentar captar con sus cámaras la grandeza de aquel edificio, y se agolpan junto a la entrada para adquirir el ticket que les llevará a la planta 88, la cumbre de la ciudad que se asomaba al mar. Así decía su nombre. La antigua Sanghai, pueblo de pescadores, crisol de las colonias francesas en el país más poblado del planeta, que se había convertido en la “Perla de Oriente” para rivalizar con las más modernas y poderosas capitales occidentales.

El vigilante la reconoce y la saluda con una sonrisa. Mai Ann se la devuelve. Pasa por delante de todas las colas, entra en el abarrotado ascensor que inicia su rápido recorrido hacia la cima. Todas las cámaras hacia el visor en el que los pisos se suceden en cuestión de segundos. Escucha y siente la decepción de sus compañeros de viaje cuando paran en la planta 58, en lugar de continuar sin interrupciones hasta el final.
El hall del Hotel Gran Hyatt se extiende frente a ella.

“No debes correr, no debes trotar, camina firme y así llegarás”.
Nota las miradas de los hombres y mujeres sobre su caminar. Sabe el efecto que causa. Le gusta. Sueña con un mundo en el que pueda abrigarse con ese agradable manto.

Llega hasta el lugar de siempre, al fondo, junto a un enorme butacón de terciopelo negro dirigido hacia la ventana sobre el que se eleva el vaho de un cigarrillo electrónico.

El cristal de la ventana le devuelve la imagen del fumador, bueno, la fumadora, y la suya propia junto al sillón.

-          Buenos días Tai Ann.- saluda.
-          Buenos días Mai Ann.- ¿Qué me traes hoy?

Mai Ann extrae discretamente de su blusa el pequeño paquete que le había entregado Cao Li. Lo abre delante de ella. Un precioso anillo de oro con las iniciales de la dinastía Han en el que iba engarzado un enorme diamante. Se lo entrega.

-   Impresionante- dice la mujer mientras da una nueva calada a su cigarrillo electrónico y levanta la joya frente a sus ojos. - Cao Li se ha superado. No tiene ni idea de lo que es esto, ¿verdad?. Lo estarán buscando como locos. No creo que tarden en descubrirle.

Mai Ann siente un pinchazo en el estómago.

-       ¿Cómo?, ¿A qué te refieres? Devuélvemelo. Tenemos que devolverlo.
-       Ni lo sueñes. Tengo un comprador que lleva años esperando una pieza así, estoy harta de que me traigáis baratijas…- contesta fríamente la mujer desde su sillón de terciopelo.

Mai Ann la mira con ojos de súplica.

-       Volverá a la cárcel Tai Ann. Me implicarán. No podremos traerte nada más…
-     Esta pieza cubre con creces la deuda de tu padre. Por mí, como si no vuelves por aquí.- y haciendo un gesto con el dedo, le indica que se vaya.
-    ¿La deuda de mi padre?, ¿Tai Ann, te estás escuchando?, Querrás decir nuestro padre…

-     ¡No me desafíes! Solo sois una panda de delincuentes que nunca se reinsertarán. Yo soy una reconocida marchante de arte, no tenemos nada que ver… ¡fuera de mi vista! – chasquea los dedos y rápidamente dos enormes y trajeados hombres la flanquean. Miran al suelo. Mai Ann busca sus ojos pero no se atreven a mirarla.
-       Mai Ann se va. Acompañadla abajo y aseguraos de que no vuelve.

Los dos jóvenes siguen sin mirarla y se disponen a tomar a la muchacha por ambos codos.

-     No es necesario.- dice ella. Y girando sobre sus tacones, emprende el camino hacia el ascensor. Mientras camina, acaricia su camafeo y susurra “No debes correr, no debes trotar, camina firme y así llegarás, pero si algún día encuentras el mal, acaricia sus alas y aparecerá”.




-      No sé qué haces con la bici, hermanita. Otra vez fallan los frenos.- Mai Ann, con una sencilla camisa del ejercito maoísta, da de cenar a sus hermanos pequeños.
-      Ten cuidado. – dice dándo y rápido beso a Cao Li.
-       Claro.

El muchacho pedalea por las húmedas y estrechas calles de aquel miserable suburbio del lujoso distrito de Pudong. Al llegar a la pequeña casa de comidas que separa la miseria de la modernidad, detiene la bici y da un silbido. Su primo Cheng aparece al instante, también en bicicleta.

-     ¿Necesitamos que venga alguien más? Todos en el restaurante están pendientes.
-      Gracias – asiente sonriendo Cao Li.- Creo que no.

Pedalean por las abarrotadas calles de Pudong, mientras otros ciclistas se les van uniendo. Una decena de caballos alados se concentran en las inmediaciones de la Torre Jin Mao.



20141016 Historia visible e historia oculta.